jueves, octubre 02, 2008

Ilíada

Esta mañana iba hacia mi trabajo en mi rutinario paseo matutino entre semáforos y trabajadores que acuden (tarde) a sus oficinas. Algo sumida en mis tribulaciones suegrísticas y en otras cuestiones sin importancia, algo metida en el tedio, la rutina y la infinita pereza que me da el lugar donde me gano un módico sustento, sujeta en fin a las duras leyes saturnianas de la contingencia (me duele el callo luego existo). Paso por el kiosco de prensa habitual donde echo un vistazo a las infinitas colecciones fasciculares que inundan la acera de la madrileña Calle del Príncipe de Vergara y Duque de la Victoria y entre colecciones de dedales, el primer ladrillo de una casa de muñecas de 3 pisos y 25 habitaciones, los rosarios de la semana todos ellos presuntamente bendecidos por el Sumo Pontífice, encuentro una colección de clásicos griegos y latinos en Editorial Gredos dirigida por Carlos García Gual. Me apresuro a comprar la Ilíada y la tengo aquí esperándome encima de mi mesa de la oficina. Sólo su vista y su tacto, me recuerdan mis clases de griego en Barcelona con Josep María Fuster mi maestro de lenguas muertas y de la vida en general que falleció mucho antes de enseñarme lo que sabía. Con él disfruté los indecible traduciendo a los clásicos; ya que ante la indiferencia general del resto de mis compañeros ante la prosa de Salustio o los versos de la Ilíada y mientras se producían innumerables batallas campales, sonadas ausencias del aula, y otras muestras de rebeldía adolescente, yo subía mi silla a su tarima y allí me sometía a estimulantes sesiones de traducción descifrando con mi torpeza de principiante algunos versos, algunas frases que fascinaban y todavía fascinan mi espíritu y mi intelecto.

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