DIBUJOS
De todos los dibujos que podía haberle mostrado ese era el que más podía enfurecerle. Sentía lo que había hecho. Y todo fue por la risa burlona con la que él anunció que volvía a largarse mostrándole un dibujo en el que él aparecía en el tren despidiéndose como la reina de Inglaterra mientras ella se quedaba en el andén con los dos rapaces agarrados a su falda y llorando como una Magdalena. Era una costumbre suya. Le mostraba dibujos cuando quería comunicarle un asunto que no le iba a gustar. ¿Contra los dibujos era difícil rebelarse, quién grita a un dibujo? Sí lo hacía le apuntaba con ese revólver o le amenazaba con sacarlo. Por eso normalmente se callaba y se iba a sus tareas.
Cuando vio el folio con la imagen que él le ponía groseramente en su cara: algo se rompió por dentro. No tenía miedo. Esta vez sería ella la que cogería el revólver que guardaba en el cajón del escritorio. Le tenía a pocos metros y apuntó a su cabeza quería ver su escasa materia gris. Bastó un solo disparo en la frente. Allí estaba tumbado en la alfombra. Y ni un solo seso salió de su cabeza.
—Para que luego digan que las mujeres tenemos el cerebro más pequeño –—murmuró.
Tumbada en la cama empezó a entrar en una duermevela con extrañas imágenes en su cabeza. Le veía sacando el cinturón para pegarla, llegar a casa tarde y borracho y empezar a romper todo lo que encontraba. Ni un solo regalo de boda, ni un juego de café había sobrevivido en aquella casa. Los niños se metían debajo de la cama. Ella se hacía un ovillo en un rincón protegiéndose de los golpes. De pronto oyó algo que se arrastraba por el pasillo. Se encogió y el pánico se apoderó de ella. Los niños estaban en el colegio se suponía que estaba sola en casa. Una gran serpiente viscosa de siete cabezas avanzaba hacia su cama. Debía derribarla. Unas tijeras de costura fueron su arma pero en su insania no lograba vencerla. Se dio por vencida, ella no era Hércules, ella no era más que una mujer desdichada. En su sueño la vida se le estaba escapando. Pasó por su cabeza como una mala película. Pensó en sus hijos, en su madre tendiendo la ropa en la terraza. En la cara de su padre cuando le anunció que estaba embarazada y que no iría a la universidad. Toda su vida hasta que él empezó a acosarla y no paró hasta llevarla al descampado. Allí terminaba todo. Una nube negra, se cernía sobre el resto. No sabe cuánto tiempo pasó en ese estado.
Al despertar, la hidra había desaparecido. El maldito todavía la seguía atormentando después de muerto. Tumbada, el techo de la habitación desconchado y amarillento le devolvió a la realidad.
—No basta con un disparo— se dijo. Cogió el crucifijo colgado de la pared y con él en la mano salió de la casa y entró en la comisaría de policía. He matado a mi marido y esto fue lo que ocurrió.
Juncal García Ramos
cuento inspirado
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