martes, agosto 12, 2025

 DIBUJOS

De todos los dibujos que podía haberle mostrado ese era el que más podía enfurecerle. Sentía lo que había hecho. Y todo fue por la risa burlona   con la que él anunció que volvía a largarse mostrándole un dibujo en el que él aparecía en el tren despidiéndose como la reina de Inglaterra mientras ella se quedaba en el andén con los dos rapaces agarrados a su falda y llorando como una Magdalena. Era una costumbre suya. Le mostraba dibujos cuando quería comunicarle un asunto que no le iba a gustar. ¿Contra los dibujos era difícil rebelarse, quién grita a un dibujo? Sí lo hacía le apuntaba con ese revólver o le amenazaba con sacarlo. Por eso normalmente se callaba y se iba a sus tareas.

Cuando vio el folio con la imagen que él le ponía groseramente en su cara: algo se rompió por dentro. No tenía miedo. Esta vez sería ella la que cogería el revólver que guardaba en el cajón del escritorio. Le tenía a pocos metros y apuntó a su cabeza quería ver su escasa materia gris. Bastó un solo disparo en la frente.  Allí estaba tumbado en la alfombra. Y ni   un solo seso salió de su cabeza.

 —Para que luego digan que las mujeres tenemos el cerebro más pequeño –—murmuró.

 Tumbada en la cama empezó a entrar en una duermevela con extrañas imágenes en su cabeza. Le veía sacando el cinturón para pegarla, llegar a casa tarde y borracho y empezar a romper todo lo que encontraba. Ni un solo regalo de boda, ni un juego de café había sobrevivido en aquella casa. Los niños se metían debajo de la cama. Ella se hacía un ovillo en un rincón protegiéndose de los golpes. De pronto oyó algo que se arrastraba por el pasillo. Se encogió y el pánico se apoderó de ella. Los niños estaban en el colegio se suponía que estaba sola en casa. Una gran serpiente viscosa de siete cabezas avanzaba hacia su cama. Debía derribarla. Unas tijeras de costura fueron su arma pero en su insania no lograba vencerla. Se dio por vencida, ella no era Hércules, ella no era más que una mujer desdichada. En su sueño la vida se le estaba escapando. Pasó por su cabeza como una mala película. Pensó en sus hijos, en su madre tendiendo la ropa en la terraza. En la cara de su padre cuando le anunció que estaba embarazada y que no iría a la universidad. Toda su vida hasta que él empezó a acosarla y no paró hasta llevarla al descampado. Allí terminaba todo. Una nube negra, se cernía sobre el resto. No sabe cuánto tiempo pasó en ese estado.

  Al despertar, la hidra había desaparecido. El maldito todavía la seguía atormentando después de muerto. Tumbada, el techo de la habitación desconchado y amarillento le devolvió a la realidad.

—No basta con un disparo— se dijo. Cogió el crucifijo colgado de la pared y con él en la mano salió de la casa y entró en la comisaría de policía. He matado a mi marido y esto fue lo que ocurrió.

 

 Juncal García Ramos

cuento inspirado

 


 EL VIAJE

Los peces en la pecera tenían los ojos saltones y la mirada vacía.  Cuando se cruzaban se . saludaban con un “Buenos días” que s olo ella percibía. Lo primero que hacía al levantarse era saludarlos como correspondía, cumpliendo con su obligación y punto. Luego les daba de comer y ahí era cuando perdían todos sus buenos modales.  Pequeños tiburones a la caza de unas migajas de pienso para peces.  Mientras preparaba su café, pensaba que debía hacer lo mismo: salir a trabajar para poder tener su pienso y mantener su piso con balconcito. Tomó el café siempre espumando un poco la leche y se apresuró para no perder el autobús en el que debía recorrer ochenta kilómetros para dar su primera clase a las ocho de la mañana en la ciudad de Segovia. Al llegar, después de dos transbordos de metro, se montó en las filas delanteras junto a la ventanilla y procedió, como todas las mañanas, a taparse la cabeza con su abrigo para no ser reconocida. Una simpleza, porque todos sabían quién era y no, no eran como sus peces que saludaban cortésmente. Su presencia era para ellos, una invasión en su territorio y fuera de clase podían hacer todo tipo de comentarios. No le afectaban, al fin y al cabo, eran unos adolescentes enfadados con el mundo.

Hacía frio esa mañana y había decidido ponerse un voluminoso abrigo de pieles que, a modo de manta, le sirvió para amodorrarse en el camino. El abrigo era un vestigio de su vida anterior. Una vida llena de mimos y lujos envenenados que, a la primera de cambio, se convirtió en nada.  Para merecer todo eso había que seguir unas pautas, y ella se las había saltado todas como  un torero que enfrenta la muerte frente a un Vitorino de raza.  Su novio, la animó a corregir ese error, amenazándola con dejarla si aquella  criatura seguía creciendo en su interior. No era valiente ni una mártir. Había sido algo natural, imperioso, que no le permitió ceder ante las amenazas. En el colegio ya empezaban a notarle la tripa y se rumoreaba que los curas pensaban despedirla. Su novio, compañero suyo, no paraba de intrigar para dejarla en la calle. Desobedecer al hombre todavía estaba penalizado y quedarse embarazada fuera del matrimonio era propio de una cualquiera.

Al bajar del autobús y dirigirse al aula sabía lo que la esperaba. Un montón de alumnos somnolientos iban a oírla desgañitarse intentando explicarles la Canción del Pirata de Espronceda. Les habló de la libertad del pirata “cantando alegre en la popa”. Mientras lo hacía, su sabandija bailaba en su interior y eso la hacía fuerte. Cuando volvió a Madrid, a pesar del frio, cogió el abrigo y lo depositó junto a una mendiga que dormitaba en una esquina. La mujer no tenía ni sabandija ni balconcito y ella tenía que soltar lastres.

Ribemependros 

 Tiempo muerto


Supongo que estoy vacía

Cólmose el vaso

Y fue vertiéndose en la arena 

Lentamente


La hiel y la ambrosía

La espuma de los días

El silencio de aquellos 

que se fueron a destiempo


Nadie llega nunca a mi lado

Ulises anda perdido por los mares

Demasiado tarde para esperar

Demasiado pronto para huir