Airecito serrano
Al despertar, como todas las mañanas, se asomó a su balconcito. Era uno de esos días de primavera en los que soplaba una brisa fresca procedente de la sierra. El sol todavía no calentaba, pero auguraba un día claro y luminoso. Ella, que solo alcanzaba a ver la casa de enfrente, imaginó el Tajo donde poblaban ninfas envueltas en finos tules jugando en la ribera. Posiblemente, Salicio y Nemoroso andaban también por ahí, hablando en magníficos versos de sus amores.
Pero en Madrid los pensamientos bucólico- pastoriles duran cuestión de minutos. Como muchos días de madrugada el vecino de al lado llegaba a casa arrastrando los pies, seguramente volviendo de un antro amenizado con mujeres obligadas a entretener a mastuerzos sin escrúpulos. Solía ser sigiloso pero ese amanecer se arrancó por chulerías y se puso a dar voces a su señora, una pacífica bibliotecaria que dormía plácidamente.
A través de las paredes se oía su voz espesa por el alcohol:
–Prepárame el desayuno, perra, que eres una zángana.
Se oyeron más insultos, palabras malsonantes y golpes. La víctima salió al balcón a pedir auxilio. No dio tiempo de llamar a la policía. Él salió tras ella y la precipitó a la calle. Aunque ella era liviana, el cuerpo cayó pesadamente. El portero, que estaba fregando la entrada, la vio caer y enseguida llegaron las ambulancias y la policía. Los agentes subieron rápidamente, no les hizo falta buscar mucho. Allí estaba el presunto asesino en un sillón de la sala, durmiendo como un angelito,, como si nada hubiera pasado.